jueves, 17 de marzo de 2011

De madera las bodas

La primera boda a la que fui invitada en Alemania, fue la de Melda y Martin. Fue en el verano del 2003, una fiesta linda, una novia dichosa, un novio enamorado y una unión intercultural. Melda es turca y Martin alemán. De todas las compañeras que he conocido en la Universidad, Melda es una de las más especiales y una de las pocas –sino la única– con la que todavía tengo contacto en estas tierras.  Recuerdo la fiesta de su matrimonio con cariño, el baile en ronda típico de Turquía, el luminoso sol y la cara sonriente de mi amiga. 

Al año siguiente se casó Evelyn, mi casera; en segundas nupcias se unió con Dieter en un frío día de primavera. Mientras yo ocupé largas horas arreglando mi cabello y buscando un maquillaje decente, grande fue mi sorpresa al ver a la hija de Evelyn con la cara lavada y el mismo peinado que llevaba cuando se levantó de la cama aquella mañana. Evelyn y Dieter se casaron en la oficina central del registro civil de Karlsruhe. A Dieter se le quebró la voz justo antes de decir “acepto” y a Evelyn se le llenaron los ojos de lágrimas ante aquella muestra de amorosa emoción. Compartí con Evelyn los primeros dos años de mi estadía en Alemania, en mi cuartito azul de Hagsfeld, con su gato gris y las noches en calma. Fue sin duda una compañía acogedora y que guardo con nostalgia. 

Sonderborg, Dinamarca. Oficina del Registro Civil y a la izquiera, la peluquería. Todo al alcance de la novia :)

El 2005 asistí a la boda de Tony y Silvana, una celebración a lo grande y en la que comencé a aprender un poco más de las costumbres alemanas en este tipo de acontecimientos. Los recién casados salieron de la iglesia en medio de una divertida lluvia de traviesos arroces blancos y lo primero que hicieron fue recibir dos tijeras enormes con las que cortaron el enorme corazón rojo que estaba pintado en una sábana blanca. La fiesta fue –como en toda boda– un derroche de alegría, porque además estamos hablando de la unión matrimonial de un venezolano y una italiana, así que el resto es fácil de imaginar. A cierta hora de la fiesta, empezaron los juegos, no sólo el de quitar a la novia la liga de la pierna con los dientes, sino otros como por ejemplo, sentar en una hilera a todas las chicas de la fiesta, incluida la novia y hacer que el novio –con los ojos vendados– reconozca el pie descalzado de la amada. No querrán saber a quién le pertencía el pie que el feliz novio confundió con el de su flamante esposa... ¡Derroche de carcajadas!

El 2007 se casaron Agnes y Jens y lo hicieron en una de las regiones más bonitas del sur de Alemania, al menos para mí, el Rheinlandpfalz (Renania-Palatinado en español). Nos divertimos un montón en esa boda, en la fiesta bailaron en traje típico (Lederhosen-pantalones de cuero) y dando saltos acompasados los interminables hermanos del novio (¿o eran los de la novia?), por la noche se lanzaron al cielo globos iluminados que como luciérnagas regordetas se perdieron volando y mi pequeño Camilito se encargó de trapear el piso del salón con su recién estrenado pantalón azul de caballero. Fue la primera fiesta de matrimonio a la que asistimos con él. 

En el verano del 2009 se casaron Rafael y Norah. A campo abierto se encontraron los novios, él vestido con traje típico peruano y ella de blanco, como la nieve de invierno de su Alemania natal y se casaron en una especie de ritual musical del que todos sus amigos/as fuimos testigos. Fue la segunda fiesta de bodas de Camilito y la primera de Simón, nuestro hijito menor.

Érase una vez en un diminuto pueblito danés, una boliviana y un venezolano.
 
He dejado para el final la boda más especial, la de marzo del 2006 en la que una boliviana se casó con un venezolano en un diminuto pueblito danés llamado Sonderborg. Cruzamos la frontera alemana solos los dos, emocionados, felices y nerviosos, llevando en el corazón el inmenso cariño de nuestras familias lejanas. Me casé de blanco y sobre todo me casé con quien amo. Hoy festejamos nuestras Bodas de Madera, cinco años de construcción sin descanso, con algunos ladrillos que pesan harto y otros que no tanto. Todo aquel que sepa de esta edificación entenderá de qué hablo. 

¡Feliz aniversario Camilo, mi amor!  
¡Te amo!



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